El mensaje accidental de ¡Hay un oso en mi silla!
- Por Ross Collins, Ilustrador
- 05/12/2020
Hoy tenemos como firma invitada a Ross Collins, autor e ilustrador de ¡Hay un oso en mi silla!, el reciente ganador del nuevo premio Amnesty CILIP Honour.
Muchos libros infantiles suelen tener «mensaje».
En general, dudo que los buenos autores se desvivan por meter mensajes en sus libros, sino que estos aparecen de forma natural. Yo intento evitarlo siempre que puedo. Nunca me han gustado las historias en las que crees estar leyendo una aventura y, de repente, te percatas de que te están soltando un sermón. Sin embargo, a veces, en tu historia surge un mensajito, aunque no fuera lo que pretendías.
¡Hay un oso en mi silla! empezó como una historieta divertida sobre un oso polar muy creído y un ratoncito enfadado que se moría por recuperar su silla. El asunto iba de chistes, humor visual, juegos de palabras y, tal vez, sobre un niño que intentaba llamar la atención de sus padres en esta época de progenitores pegados a sus smart phones.
A medida que el libro tomaba forma, me di cuenta de que, en realidad, existía un «mensaje» oculto allí dentro. El mensaje parecía ser que puedes arrebatarle el poder a un abusón si le demuestras que no te importa cómo te está tratando. Era un mensajito bastante útil que me habría venido muy bien en mis primeros años de vida.
Cuando empecé a visitar colegios y bibliotecas para hablar con los niños sobre el libro, descubrí que captaban bien mi «mensajito». Entre los cuatro y los seis años, la mayoría ya había tenido que enfrentarse a un hermano o compañero que les había quitado algo «de broma», así que todos tenían algo que decir sobre lo que se podía hacer en ese caso.
Los niños más listos me explicaban sus ideas de «protesta pacífica». Los niños más preocupantes (pero que adoras en secreto) hablaban de lanzallamas.
Para mí, lo más importante era que la mayoría de los niños preferían hablar de la escena en la que el ratón lleva calzoncillos.
Cuando me dijeron que ¡Hay un oso en mi silla! era candidato a los premios CILIP Greenaway Honour y CILIP Amnesty Honour, primero me puse eufórico y después me hundí en la miseria. Era una lista enorme que incluía los nombres de todos mis héroes del mundo literario. «Me alegro de que me hayan nominado, pero seguro que no paso de ahí», pensé.
Así que no me lo podía creer cuando descubrí que el libro no estaba entre los finalistas del CILIP Greenaway, pero sí había ganado el primer CILIP Amnesty.
Como todos los autores de este país, tengo una opinión muy formada sobre nuestras amadas bibliotecas y los asombrosos bibliotecarios que guían a nuestros hijos en su viaje al mundo de la lectura.
Mi familia solía ir a la biblioteca de Govan, en Glasgow, todos los jueves por la tarde, y allí nos dividíamos según nuestras áreas de interés. Mi madre iba a buscar thrillers; mi padre, fantasía; mi hermana…, ni idea, porque nunca me importaba adónde iba; y yo, historias de aventuras, de terror, de ciencia ficción, de fantasía, de detectives… En realidad, cualquier cosa que cayera en mis manos. Las bibliotecas formaron una parte segura y maravillosa de mi infancia, ¡y era todo gratis! ¡¡Gratis!! ¡Increíble!
En mis comienzos como ilustrador, las bibliotecas eran mi internet. Iba de biblioteca en biblioteca con mi maltrecha motocicleta Honda en busca de material de referencia para cada trabajo. Y, de camino, puede que me llevara a casa dos o tres novelas.
Mi carrera no podría haber dado comienzo sin las bibliotecas, y sé que un buen montón de niños ha descubierto mis libros en su biblioteca local, con la ayuda de bibliotecarios estupendos con un gusto excelente.
Por todas estas razones, el CILIP Greenaway es un premio muy especial para mí. Ser candidato de nuevo fue un gran honor que no me tomo a la ligera. La guinda del pastel es mi precioso CILIP Amnesty Honour. Era algo que no me esperaba de un libro sobre un ratón gruñón y un oso polar presumido. Pero ahí está. Un premio muy bonito otorgado por unas personas muy listas que supieron localizar mi «mensajito».
Solo espero que los jueces no se enteren de que en realidad no es más que un libro sobre un ratón en calzoncillos.